domingo, 29 de septiembre de 2013

¡Al destierro!


El otro día recibí una carta desde el lugar más frío del mundo, o desde el más abrasador, el infierno.
El caso es que era desde un sitio en el que no se estaba a gusto, un sitio en el que he vivido por lo que me cuentan en la misiva.
No voy a negar que algo me sonaba de aquel lugar, pero el día que cogí el avión para marcharme lejos, muy lejos; mi mejor amiga, mi memoria, se empezó a hacer cargo de que olvidara aquella nefasta estancia.
Y yo seguí con mi vida, casi sin enterarme de nada.
No entiendo porque ahora esta carta se cuela en mi vida. A lo mejor es porque lo malo no se puede esconder y enterrar para siempre, pero entonces: ¿Qué hago con ello? En mis profundidades estaba bien, no quiero que ahora me empiece a herir:

[...]


Al final cogí la carta y la quemé, no quiero saber nada más de ese sitio. Y si vuelvo a recibir otra, la quemaré también.
¡Menudo asunto! Es más de lo que una chica de 20 años como yo puede manejar.
No quiero hacer nada con ello. ¡Al destierro!

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