miércoles, 30 de octubre de 2013

Por los corazones de inocentes que ajusticio en nombre de tu causa

Después de estos años sin vivir en la misma casa, ahora cada vez que te veo se me desordena algo aquí dentro.
¡Cuánta indolencia impuesta para estos pocos 20 que cargo! Que a veces parece que fueran 20 más, y otras 5 menos. Tortura. Demencia.
Ya casi no me duele, pero ese "casi" son unas agujas pequeñitas con la misión de convertirme en un colador.
Pídele al invierno que finja alegría cuando está desnudo y gris en esos doce bajo cero.
Pídeme a mí que actúe como si no quisiera que me abrazaras todos los días.
Lo hiciste, no dijiste nada, pero a veces un silencio da a entender mucho más que un montón de palabras. En tu caso el silencio, se convirtió en ausencia, y la situación se agravó.
Y aquí estoy, ya sólo me duele cuando te acuerdas de mí, decides llamarme, y me toca salir al escenario.

____________

Hace un mes que no nos veíamos, y hoy no han sido más de 10 minutos en el invierno de tu coche. Yo he interpretado mi papel y te he hablado de lo mucho que me río con mis amigos cuando me llevan a casa, por no hablarte de todas las lágrimas que se han secado desde que sé que existes y que no me cuidas.
Al despedirme te he dado un beso, así, sin pensarlo. Lo chocante es que creo que te has quedado extrañado. No sé si lo más triste de la situación es que te extrañes de que te de un beso, o de que lo quieras y no me lo pidas porque tengas miedo a que te lo niegue.

¿Qué quieres que te diga? No soy tan de piedra. A veces te veo, se me abren heridas, las noches quieren que se lo cuente, y yo necesito un lugar al que donar mis lágrimas o me terminan ahogando, que ya me ha pasado.

Antítesis:

(A ver si consigo organizar la noche. Analizo una antítesis que hay dentro de mí, y que si se pone la atención suficiente, se puede llegar a comprender)

Egoístamente nos sentimos dolidos porque personas cercanas no quieren contarnos sus problemas, sin saber si quiera si estamos preparados para oírlos, o si vamos a servir para solucionar algo esas grietas interiores.
Puede que no tengamos derecho a asomar la nariz a algo tan ominoso y privado, y nos tengamos que quedar con las ganas de intentar ayudar. Ayudar... ¿quién ayuda en este asqueroso mundo en el que todo se hace por algún interés?
¿Por qué hay siempre que contarlo todo? ¿En serio hace sentir mejor?
Esa es mi postura cuando me piden que cuente algo y en la que me baso para intentar entenderte.

Aún así, después de intentar acallar mis pensamientos con estas maquiavélicas reflexiones, me sigue dando pena que no quieras contarme lo que te ocurre.
Lo mío ya es viejo y no tiene sentido airearlo porque he aprendido a convivir con ello, pero tú no tienes porque ser igual.

A lo mejor es, que aunque no sepamos qué hacer con esos problemas ajenos, queremos controlar en la medida de lo posible la situación, tener todos los datos para poder así cancelar lo que hace daño, o saber un poco mejor qué se puede hacer para calmar ese dolor causado, y el primer paso para ello es saber lo que ocurre.

El problema con esto, es que no todos los que están cerca de ti (por desgracia social) te escucharán y les importarás tanto como para que se vuelvan unos científicos locos y aventurados de tu problema.
Simplemente te escucharán (la mayoría de las veces por morbo) y seguirán casi como si nada. Puede que en ese momento te digan alguna ridícula palabra de falso consuelo, pero al día siguiente, ya lo habrán olvidado.
Eso es lo que jode el asunto, y lo que te hará no querer volver a confiar.

También habrá un segmento de personas a las que sí que les importes un poco más y te escuchen, pero no puedan asumir lo que les dices. Eso no es culpa suya, pero tampoco ayuda.

Te quedas como estabas; sin soluciones, sin bienestar, pero con un añadido sentimiento de fracaso por haber abierto un poco más tus heridas y que no haya servido para nada.
Fracaso mezclado con frustración y decepción quizá.
Por eso ya no hablas, por eso ya no esperas, y por eso, sufres menos.

Yo puedo decirte que empezaré siendo una científica ingenua, pero me formaré para volverme una científica intrépida, buscaré soluciones, observaré, analizaré...
Si después de eso no consigo nada, al menos, no seré una de esas cobardes, morbosas e indolentes personas que se olvidan de ti. Seguiré actuando, estaré ahí, luchando contigo, o tirada en el suelo contigo, hasta que te levantes, hasta que vueles.
Y hay algo que sí puedo decirte con absoluta certeza:
 la fastuosidad del ave fénix, se verá eclipsada a tu lado cuando renazcas.

jueves, 10 de octubre de 2013

No me vengas con milongas.

¿Insinúas que ahora te duele/fastidia que no quiera saber nada de los de tu "sangre"?
¿Te molesta que no quiera ir ni al lugar donde viven para recuperar algo mío sólo por evitarlos?
¿Me adviertes que va a llegar tarde o temprano el día en que tenga que verlos? Eso lo sé, y no veas como me jode. Pero mientras tanto, no voy a propiciar un encuentro. ¡Faltaría más!
Te asustas del monstruo que tú mismo has creado ¿eh? Te lo tienes merecido.
¿Cómo pretendes que me importe una mierda gente a la que nunca importé una mierda? Pueden decir las mentiras que quieran, aquí las cosas se demuestran con hechos, y de ellos lo único que he recibido ha sido palabrería barata, cinismo. Y toda esa gazmoñería no sé si me hace reír o llorar. Por si acaso río.
Yo también puedo decir que dentro de dos meses me iré de misionera a África, y nunca hacerlo, pero queda bonito ¿no? No sé si me explico. Pues así son ellos.
Tranquilo, tú no estás a su altura, tú tienes tus esporádicas muestras de estimación, aunque la mayoría son cuando te pongo en la cuerda floja, pero algo es algo. Y he aprendido a conformarme.
Tranquilo también por esto otro, hace unos meses decidí no ponerte más en esa cuerda. Sostenerla me salía demasiado caro. Quiero decir, que decidí dejar de tomarme molestias para ver si te importaba. Ya no necesito nada. Me has enseñado a no necesitar ese afecto.
¿Qué quieres que te diga? No te asustes de que de un tiempo a esta parte ya no te llame. ¿No era ése tu propósito?
El otro día te atreviste a quejarte de que ya no te llamaba. Viviendo en la misma ciudad y desde hace más de dos meses sin vernos. Simplemente te ignoré. Era demasiado surrealista.
Yo tengo mis motivos para no llamarte y son esos. ¡Dime cuáles son los tuyos!
Yo tengo veinte años y tú cincuenta. Dime ¿quién es más gilipollas de los dos?
En fin, que yo te aprecio, pero no me vengas con directrices morales de la sangre y la familia porque no quiera oír hablar de la posibilidad de ver a tus hermanos, cuando tú llevas meses sin verme, viviendo a 10 minutos en coche de mi piso. Quieres salvar el mundo y en tu casa se mueren de hambre.
Que la indolencia lleva a más indolencia y somos el experimento que lo demuestra.
Mira, a mí ya no me duele tu indiferencia, pero si me llamas una vez al mes y perturbas mi mañana musical, haz el favor de no venirme con estas milongas.