martes, 25 de noviembre de 2014

Si tú te caes, yo me rompo.

Hay que quererla mucho, no todo el mundo pierde su inocencia en un día con un puto golpe en el que además estalló en pedazos toda su vida,  y luego tiene los cojones de seguir adelante.

Joder, a veces se me olvida todo por lo que has pasado y soy dura contigo, pero es que no quiero que te puedan hacer ningún rasguño más.
Sé que eres fuerte y que siempre te recuperas pero es impulsivo que necesite hacer todo lo que esté en mi mano para evitarte otra cicatriz, me sale solo ese instinto de protegerte a toda costa.
Tengo la sensación de que cuando tu padre se fue dejó en mis manos el papel de cuidarte,
y me jode mucho no llegar nunca a su altura pero pongo todo mi empeño en ello.
Te quiero entera, te quiero fuerte, te quiero sonriendo y bailando por casa con ese punto de locura tan nuestro, te quiero dar mi fuerza y sangrar en tu lugar si a ti te hacen la herida. Te quiero mamá.


lunes, 17 de noviembre de 2014

Ven, que tengo mil canciones que enseñarte.

Ayer me volví a poner tu bata azul clarito, intente emular un abrazo tuyo pero no funcionó. Vuelve, te echamos mucho de menos.
Ya no tengo a quien cantarle la muñequita linda (siempre fuiste tú aquella delicada muñeca), ni la del sevillano de las siete hijas, ni la de Alfonso XII. El otro día me salió cantarla un poco en una sala de exposiciones con Samuel pero no se la sabía bien y le tuve que enseñar, como tú me enseñaste a mí.
Por un momento estuviste allí. ¿Estabas cantando con nosotros?

Vuelve, que necesito consejos sobre como cuidar a mamá, lo intento hacer lo mejor que puedo pero tú sabías mejor.
Vuelve y cuéntame.

¿Sabes una cosa? Ya tengo un trabajo, es de cocinera. Seguro que te habría gustado, a mí también, pero no es lo que quiero hacer siempre. Creo que nunca llegué a explicarte lo que quería estudiar... Ven, que me encantaría hacerlo, como cuando te enseñaba mis juguetes.

Mamá vuelve a vivir tu pérdida algunas noches y te echa mucho de menos, yo no sé cómo explicarle que todavía estás aquí.
 Ven, y hazlo tú.

Hemos vuelto a comprar yogures, ahora me han empezado a gustar.
Ven, y merendamos juntas.

Ahora tenemos un gatito. Con lo que te gustaban esos bichillos, ¡te encantaría este!
Mamá dice que si siguieras sentándote en tu sillón, él se pasaría las tardes acurrucado en tus piernas y yo creo que tiene razón. Es una pequeña joya a la que abandonaron.
Ven, que te le presento.

Te veo muchas veces, te quiero encontrar en cada guerrera pacífica con el pelo blanco que camina por la calle, pero el trono lo tenías solo tú.
Te veo cuando una madre y una hija están dando un paseo, o cuando voy al parque, o cuando cualquier abuelita se me cruza por la ciudad y siento el deseo de ir corriendo a abrazarla pensando que eres tú.

Este verano hice una amiga, estaba con Samuel sentada en un banco y quiso sentarse con nosotros,
nos contaba historias y yo quise pensar que os parecíais, también imaginaba las historias que tú nos contarías en su lugar.
Nos invitó a ir a su casa cuando quisiéramos, era amable como tú. Me gustaba pensar que podrías ser tú, y también quise abrazarla.

Vuelve, que te echamos de menos.
Ven, y tráete a Diego.
Ven, y cántanos la nueva canción de Moustaki que sólo puedes escuchar tú ahí arriba.
Ven, que necesitamos que nos protejas, que a vivir sin ti no se aprende.
Ven, y cuéntame la historia de tu fortaleza.

Ven, que sin ti sigo sin saber ser.

martes, 11 de noviembre de 2014

Sobre ti, sobre mí, sobre cuando la vida decide acariciarte.

Hace mucho tiempo que no me invade la rabia ni tengo que evadirme usando el bolígrafo y el papel como vía de escape de una lacerante realidad.
Hace mucho tiempo que no me tengo que quitar a tirones la cuerda que me anudaron al cuello de la única forma que sé: hostigando este teclado a ciegas con lágrimas en los ojos pero con mucho que sacar.
Y joder, qué sonrisa.
Hace mucho tiempo que no te echo de menos porque no me hace falta,
porque te encargas de estar presente en todo lo importante.
Hace mucho que no siento ni desconfianza, ni vacío, ni flaqueza porque me arriesgué a confiar en ti y siempre que lo necesito apareces, en cuanto ves mi llamada no tardas ni un segundo en llamarme a ver que pasa.

A veces las cosas si que pueden cambiar a mejor.
¿Quién nos lo iba a decir? A nosotros, pobres incrédulos que naufragamos en la cómoda afirmación de que es muy difícil que algo cambie a estas alturas. Pues bien, he tenido que esperar diecisiete años para volver a darte el abrazo que te di cuando tenía cuatro, y veintiuno para que nuestras sonrisas bailen juntas la misma canción.
¿Y sabes una cosa? He reducido todos tus errores a tres o cuatro cenizas mal tiradas (ya sabes lo buena que puedo llegar a ser en esto de incendiar amenazas), igual que a ti se te olvida contar si hay que hablar de los míos, y me quieres aún con esta pasión en la cabeza que a veces me puede más que cualquier otra cosa aunque tú con los años hayas optado por darle prioridad a la razón.

Los grandes cambios suceden así, sin que puedas darte cuenta de lo que está pasando hasta que todo ha cambiado y te quedas mirando el resultado, y esa es la suerte, nada cambia por arte de ingenuidad de un día para otro.

Algún día te devolveré todo lo que me has enseñado llevándote a flipar viendo las cataratas de Niágara, algún día iremos, te lo prometo.
Mientras tanto, gracias por esta filosofía de vida, por enseñarme a tener ganas de avanzar aunque a veces el éxito se muestre esquivo. Ese es el verdadero mérito, ser feliz es muy fácil cuando todo te va bien. Nosotros bailamos más allá.

Y ese mal pasado me importa una mierda si ahora vas a estar para abrazarme el presente.