Y por no saber que pensar, se me ocurrió dejar de hacerlo. O por pensar demasiado, no lo sé. Al final acabé actuando a ritmo de los latidos y olvidé lo demás.
Lo que pasó, fue que a la gente parecía que no le gustaba esto, que no lo entendía, pero me dio igual.
En una desprevenida noche de Septiembre, el pensamiento volvió a mi cabeza, y su sitio ya no estaba libre, pero se quería quedar porque decía que sin él no podía seguir, que le necesitaba aunque fuera un poquito, y esto causó un gran revuelo dentro de mi cuerpo.
Quise dormir pero no pude, así que me pasé la noche pintando flores, palos y piedras en los ladrillos del muro hasta que el sol me dio los malos días y me dijo que descansara. Me quedé dormida en posición de defensa esperando al invierno, y ya no recuerdo nada más.
Pero cuando desperté, las flores se habían borrado, y sólo quedaban las piedras, los palos, y un chaleco antibalas de mi talla.
Comprendí que la vida se iba a poner mucho más hija de puta, y aquí estoy, con el chaleco puesto, las piedras en las manos, y pinturas en los bolsillos.
Porque me gusta que haya flores en todos los muros.
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