Después de estos años sin vivir en la misma casa, ahora cada vez que te veo se me desordena algo aquí dentro.
¡Cuánta indolencia impuesta para estos pocos 20 que cargo! Que a veces parece que fueran 20 más, y otras 5 menos. Tortura. Demencia.
Ya casi no me duele, pero ese "casi" son unas agujas pequeñitas con la misión de convertirme en un colador.
Pídele al invierno que finja alegría cuando está desnudo y gris en esos doce bajo cero.
Pídeme a mí que actúe como si no quisiera que me abrazaras todos los días.
Lo hiciste, no dijiste nada, pero a veces un silencio da a entender mucho más que un montón de palabras. En tu caso el silencio, se convirtió en ausencia, y la situación se agravó.
Y aquí estoy, ya sólo me duele cuando te acuerdas de mí, decides llamarme, y me toca salir al escenario.
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Hace un mes que no nos veíamos, y hoy no han sido más de 10 minutos en el invierno de tu coche. Yo he interpretado mi papel y te he hablado de lo mucho que me río con mis amigos cuando me llevan a casa, por no hablarte de todas las lágrimas que se han secado desde que sé que existes y que no me cuidas.
Al despedirme te he dado un beso, así, sin pensarlo. Lo chocante es que creo que te has quedado extrañado. No sé si lo más triste de la situación es que te extrañes de que te de un beso, o de que lo quieras y no me lo pidas porque tengas miedo a que te lo niegue.
¿Qué quieres que te diga? No soy tan de piedra. A veces te veo, se me abren heridas, las noches quieren que se lo cuente, y yo necesito un lugar al que donar mis lágrimas o me terminan ahogando, que ya me ha pasado.
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