lunes, 2 de noviembre de 2015

Pobre del que no tenga nada roto en su vida

Reconozco que por mucho que me haya quejado, llorado, armado, desesperado, quemado o herido; el que las circunstancias me hayan educado a base de hostia limpia es una de las mejores cosas que me ha podido pasar.
Que yo he llegado a ser muy pringada y pensaba que la vida iba a ser lo que yo quería cuando yo quería, quedándome en la superficie de todo, sin conocer lo mágico aunque doliera. Sin salir de mi puta caverna de conversaciones sin sustancia, fiestas y películas de mierdamor cursis.
Joder, seguramente viviría con los ojos vendados y estaría perdida, o peor, vacía, sin tener ni puta idea de como afrontar adversidades, o sería una cobarde que esconde la cabeza ante ellas como otros tantos, yo que sé.
Pero me veo más guapa con cicatrices, me gusto más con esta mirada rota y desafiante que lucha por conservar algún gramito de inocencia sin dejar de tener las cosas claras.

Me gusta esto de las pistolas y las flores. Enfrentarme a cosas y que en vez de la de agobiarme, la primera sensación que se me venga encima, sea la de ponerme cachonda al agarrar el toro por los cuernos y ponerme a cavilar sobre la mejor manera de solucionarlo.

Que ser un caos no es tan malo si tienes claro que cuando suene tu canción favorita vas a ignorarlo todo y salir a bailar como mejor te has enseñado.

Joder, ¿cómo me iba a perder ese puro placer que supone el estar debatiendo conmigo misma, arrinconándome y llevándome a salidas que dibujan mirillas en mi raciocinio?
Que si no fuera por esta introspección vital, ¿qué coño hubiera sido de mí y de mi bolígrafo?
¿Cómo me iba a perder esto? Una vida sin tener una puta conversación con Nietzche o con Kierkegaard.
¡Sin toda esta pasión por la vida!

Sin el resonar de las cuerdas de una guitarra alborotando constantemente mi cabeza.
Sin la poesía grabada en mi piel como bote de emergencia ante cualquier naufragio o en otros casos, como los fuegos artificiales de la fiesta constante que hago por la vida y por ti.
Sin las noches maldiciendo borracha de bohemia con Rimbaud, sin su barco, o sin las flores malditas de Baudelaire.
Sin la hoguera ardiendo dentro, iluminándome el sueño de la razón y todos sus monstruos y criaturas mágicas.
Sin esta mirada de loba con intermitente necesidad de salir las noches de luna llena a aullarle al mundo.
Sin estas ganas de sentir la vida en lo más profundo de mi piel, de enamorarme de ella y de cantar en lo alto de un balcón con el amor de la mano.

Que yo soy más de vestido roto, de cuerdas rotas, de cabeza rota, de corazón roto, de familia rota, de creatividad rota, pero de canciones que suenen alto, de constante revolución a flor de piel, y de sueños siempre enteros y vivos,
 y con eso soy feliz,
y con eso, sonrío.

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